domingo, 10 de julio de 2011

NADIE TE CUIDA COMO YO




Recojo esa fotografía del suelo del bar. Camino me ha preguntado si se me ha caído. Podía haberlo supuesto. A su edad no se llevan fotos entre las páginas de los libros. A la mía, si.

Apuro el café ya frío y saco un cigarro de la pitillera preparándolo para encenderlo en cuanto salga a la calle. La pitillera es otra antigualla. Ni siquiera he visto que alguien la utilice para guardar los canutos. Canutos, otra palabra viejuna …

Sólo hay doscientos metros hasta la puerta de entrada desde la puerta del bar que Camino me sostiene abierta con una sonrisa. Da justo tiempo a fumar el cigarrillo y tirarlo antes de entrar, como si me diera asco. Como con vergüenza. Sí, supongo que me da vergüenza admitir delante de ella que no he podido, aún dejarlo. Quizá la única cosa que no he podido cumplir. Bueno, siempre me quedará como un reto.

En el escaparate de las flores me compongo la corbata. Todavía no entiendo porque me la pongo si se que ella la odia. Supongo que tengo esperanzas de que me vea guapo. Ridículo. A mi edad. También me miro si llevo el pantalón demasiado largo, cabalgando sobre los zapatos, cosa que odio. Sí, los llevo largos. Mierda.

Ya estoy llegando, apenas unos pocos pasos. Tiro el cigarrillo al suelo y lo aplasto. Miro en derredor por si alguien me ha visto hacerlo. Pero no hay gente a estas horas. Como siempre. Yo lo prefiero. Echo un último vistazo a mis espaldas como para comprobar que nadie me sigue, y traspaso la puerta del cementerio.


10 de Julio de 2011
 
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