sábado, 12 de febrero de 2011

MONSTRUOS (3)


Germán dice de ir a tomar un café antes. Miró la hora en el reloj de pulsera que aún llevo (no me gusta lo de mirar la hora en el móvil), y la verdad es que vamos sobrados, cosa rara. Accedo a parar en un bar cercano, pero no me gusta hacerlo. Los paisanos suelen darse cuenta de quienes somos, y de a qué vamos por el barrio. No suele haber líos, es cierto, pero no me gustan las miraditas, ni adivinar ciertos comentarios a distancia. Para nada.


El bar está casi vacío. Germán dice que es por la ley. La del tabaco. No sé. De los que vamos, ninguno fuma desde que Angel, el conductor, lo dejó el año pasado. Por cierto, que nos ganó una cena, porque ninguno creíamos que iba a ser capaz. Como pardillos caímos todos y tuvimos que pagar la mariscada. Hoy estamos como perezosos, o indolentes. O las dos cosas a la vez, pero el caso es que nadie parece tener prisa por levantar el culo de la silla. Sacamos un tema de conversación tras otro, pero no le hincamos mucho el diente a ninguno. Desganaos.

Salimos un buen rato después a la calle. El domicilio está dos calles más allá. Suena el móvil de Germán. Le oímos como contesta a su mujer. Parece que ha pasado algo serio. Nos paramos todo el grupo, como sin saber muy bien qué hacer. Germán escucha un largo rato en silencio pero con cara de preocupación. Estoy a punto de decirle con un gesto que seguimos y le esperamos un poco más delante, pero justo entonces Germán pega un grito, y da la espalda al grupo. Su mano aplasta el teléfono contra su cabeza, mientras se inclina tanto que no sé cómo no se cae de bruces.

Un minuto después nos dice que tiene que ir urgentemente al hospital. Apenas le oímos decir algo de su hija mientras se aleja a paso rápido. Por unos instantes nos quedamos mirando, hasta que el profesionalismo se impone.

Saco de la cartera la documentación del desahucio y nos dirigimos juntos al domicilio.


12 de febrero de 2011

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