lunes, 22 de noviembre de 2010

ALMAS




Caen los pájaros sobre la cubierta geodésica. Estaba advertido por varios grupos conservacionistas. Que en determinadas condiciones de luz y meteorológicas, las aves se iban a hostiar contra el revestimiento de la cúpula. Pegaron unas pegatinas con forma de rapaces en los cristales más altos. Pero todo en vano. Se seguían estrellando.

“¿No te parecen unos imbéciles, eh?”

Apolonia me lanza la pregunta. Que no es una pregunta, porque sólo espera una afirmación, más o menos ruda, pero afirmación de todas maneras. Ante mi silencio, me dice que vayamos a tomar algo a la cafetería. Que luego iremos a jugar a las pataletas. Su angelical cara se tuerce en un gesto que quiere ser cómplice.

Lo consigue.

Nos vamos a un irlandés del centro comercial adosado a la cúpula. Siempre hay uno, cerca de los burgers. Supongo que para atraer a la gente que no tiene estómago o vergüenza para meterse en uno de esos a tomar una hamburguesa de sabe-dios-qué cosa. Los pseudoirlandeses no les van a la zaga. Tampoco, pero coincido con Apolonia en que la pinta antigua de estos locales no te hace enloquecer, porque primero te provoca hastío. Lo que es buena cosa cuando quieres largarte a hacer otra cosa. Amo a los irlandeses.

Pido 5 chupitos de licor de melocotón y una lager para Apolonia. Los vecinos de mesa hacen como que no miran cuando me meto los cinco uno tras otro brindando con Apolonia cada vez. Seguramente no saben que no tienen alcohol, pero por si acaso, Apolonia, entre brindis y brindis no deja de sermonearme. Que si no me va a dejar conducir esta noche. Que si me recuerda que la resaca me provoca halitosis, y remata asegurando que el vómito quema las prendas de cuero. Sus palabras son amortiguadas por el soft rock que sale de los altavoces, pero la comunicación no se reduce a las palabras y la actitud y los gestos de Apolonia son inconfundibles. Hasta finge con maestría el brindis haciéndolo parecer obligado, forzado. Desde luego aquí es donde se notan las clases de interpretación que toma en el Liceo. No me cuesta nada seguirle la corriente.

Tras los tragos viene la actuación. Apolonia se queda dormida mientras yo intento despertarla de todas las maneras posibles. Aplausos al lado de su oído, besos, pellizcos en los antebrazos. Me levanto y hago ademán de largarme. De todo. Pero es inútil. Apolonia hace su papel a la perfección: está dormida, más allá de la fase REM. He de dar con el truco que la despierte y no doy con él hasta que pasan diez minutos. La solución era simple. Hacer sonar la alarma del móvil para que parezca un despertador. Apolonia se despereza preguntando qué hora es.

Después nos vamos a jugar a pataletas. Que es la parte divertida, claro.


22 de Noviembre de 2010-11-22

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