martes, 2 de noviembre de 2010

SUCIO (3)



“Hay incontables maneras de sentirse mal. Muchas más que de sentirse bien. Si crees que no es así ya te darás cuenta.”

Cuando me lo dijeron lo escuché con desprecio. No me reí porque no le vi el chiste por ninguna parte. Y porque pensé en lo de que cuando una historia se cierra otra se abre. Y así me olvidaría de lo que me acababa de decir mi abuela. Mentira. No lo olvidé.


Miro la pantalla que tengo enfrente. Una de las muchas que están diseminadas por la sala de espera. Mi vuelo, milagrosamente, va a la hora. Quedan 40 minutos todavía. Apenas llevo equipaje. Lo gordo lo he mandado por la mensajería de la empresa. Cuarenta minutos son muchos cuando estás esperando una llamada. Cada poco miro la pantalla del móvil. A veces, te quedas un rato sin cobertura y puedes tener una llamada perdida. Me solía pasar subiendo en el ascensor de casa.

Me pica la tentación de llamar yo. Y apenas puedo contenerme. Después de todo, tengo una buena excusa. Llamo para despedirme porque estoy esperando aquí, sin otra cosa que hacer. No es mal planteamiento. Pero el nudo y desenlace ya están hechos. De qué si no estoy aquí, cambiando de país, quizá para siempre.

Veinte minutos. Echo un vistazo a mis compañeros de viaje. No son verdaderos compañeros, la verdad. Sólo gente que viaja a tu lado y que no se dignan a hacerte ni puñetero caso, porque no lo necesitan, las cosas como son. Unos cuantos están hablando por teléfono, con la mirada perdida. Es el empujoncito que necesitaba. Saco el teléfono y llamo. Suena el tono de llamada cinco veces y después se corta. Llamada rechazada.

Miro a la pantalla. Dieciocho minutos y absolutamente nada que hacer.

2 de Noviembre de 2010

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