viernes, 5 de noviembre de 2010

bEst sEller (3)


Como era de esperar, Francisca me preguntó que a qué venía la lírica. Le enseñé la cuartilla. La leyó en un relámpago. Luego me preguntó que de donde la había sacado. Le dí el sobre. Lo examinó rápidamente de nuevo, y comentó que no tenía franqueo. Cierto. Se me había pasado el detalle. Alguien lo había traído en persona. Quizá algún mensajero. Francisca se desentendió del asunto y empezó a escribir una lista de compra. A mí me gustaba bajar al mercado en el scooter que tenía permanentemente en el garaje. En su baúl trasero entraba bien una compra para dos personas, y te quitabas el problema del aparcamiento, que en verano era acuciante.

Hoy íbamos a ser cuatro a comer y todo lo que me encargó Francisca entró casi con calzador en el baúl. De vuelta a casa estuve a punto de no parar en el kiosko a comprar el periódico. Damián, el kioskero, me lo puso en una bolsita de plástico que colgué en el gancho, entre mis piernas. Volví a casa y llevé todo lo comprado a la cocina. Francisca estaba en el salón viendo el programa de la mañana de telecinco. No se levantó del sofá hasta que no llamó Ramón para decirnos que estaban saliendo de Sagunto en ese momento.

Yo me puse a preparar el salón para la comida. Normalmente, comíamos en la cocina, que tenía buen tamaño y una ventana con vistas, pero algo justa para poner una mesa para cuatro. Francisca me dijo que ya sabía cómo se llamaba la nueva novia de Ramón. Gritó desde la cocina, ‘¡¡ Vane..!! , añadiendo, ‘seguro que es una hortera’. Acabé de poner la mesa, con la mejor vajilla que teníamos en Montemolino y fuí a la cocina. Francisca estaba preparando un fideuá. Cogí el Levante y me volví al salón a leerlo. Como la tele seguía encendida, Francisca entraba y salía siguiendo el programa a trozos.
Una de las veces, en lugar de concentrarse en la pantalla del televisor, se me acercó y se puso a leer el diario por encima de mi hombro. Me irritaba que lo hiciera, pero no dije nada, puesto que a Francisca era totalmente inútil recordárselo. Lo hizo un par de veces, o tal vez tres. De repente, me sacudió el hombro al tiempo que me señalaba un anuncio por palabras. En el cuadradito se podía leer lo siguiente:

DUERME CONMIGO

PERO NO ME SUEÑES QUE

PUEDE SER REAL.

Y, más abajo, dos números decimales:

40.101223
-0.060686


5 de Noviembre de 2010

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