viernes, 12 de noviembre de 2010

Tormenta en el Apocalipsis


“Este medio es una mierda. La cagas a la mínima. Y a veces no te entiende ni dios. Lo cual resulta conveniente, otras muchas veces.”

Carlos me señala la pantalla. Tiene abierta una ventana con su correo. El ojo izquierdo se me va a ella, porque me parece leer el nombre de mi mujer en la bandeja de entrada. Supongo que Carlos no tiene huevos para tenerlo ahí a la vista conmigo delante, pero un despiste lo puede tener cualquiera.
Vuelvo a mirar lo que me indica Carlos. Sólo ha durado medio segundo mi vistazo, y dudo que se haya dado cuenta.

Leo el comentario que hace en un foro, y lo que le responden. Él me explica como si fuera una voz en off, lo que quería decir. Paso de preguntarle por qué no lo puso a la primera si lo tiene tan claro. La respuesta que acabo de leer es un desvarío, y tengo que darle la razón. Todo esto me da bastante igual, pero sigo pensando que por qué coño tiene Carlos e-mails de mi mujer. Claro que no estoy seguro al ciento por cierto, y por otro lado, la situación actual, con un Carlos exultante, no parece la más propicia para preguntárselo.

Suena el timbre. Creo que es el del portero automático. Carlos se levanta asegurando que como sean los de de la propaganda, otra vez, comete un crimen. “O dos”, le oigo decir con su vozarrón al tiempo que dobla la esquina del pasillo y entra en la cocina.

Mi mano se abalanza sobre el ratón y maximizo la ventana del correo. Mis ojos vuelan sobre la lista de la bandeja de entrada. Mis retinas se clavan sobre el nombre de Raquel. Mi índice clickea furioso uno cualquiera de los emails, sin tiempo para elegir con cuidado. Lo leo una vez a toda velocidad. Lo vuelvo a leer más despacio. Y una tercera, casi mareado. Me echo hacia atrás con la mirada completamente bloqueada en la pantalla. Ni he oído acercarse a Carlos.

Sin volverme noto como permanece clavado justo detrás de mí.


12 de Noviembre de 2010

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