lunes, 15 de noviembre de 2010

Fluido



El vagón se tambalea de un lado a otro con moderada violencia. Debe de ser lo habitual, porque los pasajeros sentados en las baqueteadas banquetas, ni se inmutan. Y tienen el aspecto de coger esta línea a menudo. He visto a varios dejar paquetes envueltos en papel de periódico en los portaequipajes superiores. Pienso que son bocadillos de buen tamaño. Una hora, o poco más después, lo confirmo: son de tortilla de patatas. Sus propietarios los ofrecen antes de darle el primer mordisco, lo que nadie acepta. Todo según la costumbre. Como debe de ser.

Ojeo una de las páginas grasientas, la Hoja del Lunes, 4 de abril de 1942. Son de hace una semana. No me sirven. Miro por la ventanilla a través del cristal amarillento, pero hace ya mucho rato que el paisaje es la misma planicie pelada e insulsa. Se me ocurre preguntarle al paisano de enfrente de mí por la próxima parada. Por toda respuesta recibo una discusión entre él y dos parroquianos más acerca del nombre del pueblo, que al parecer, dista de ser el mismo del de la estación. La discusión se acalora y suben de tono las voces, hasta que en un hueco puedo meter baza y manifestar que no importa, que no es ese mi destino, sino que yo voy hasta el final de la línea. Los ánimos se calman, poco a poco, aunque quedan algunos rescoldos, en forma de refunfuños.

Saco el libro del bolso. Y de entre sus páginas una carta. El sobre está abierto y dentro una cuartilla varias veces doblada. Y desdoblada. El movimiento del tren hace muy difícil la lectura, pero no me hace falta leerla, porque me la sé casi de memoria. Tener el papel en las manos me hace recordar hasta el último pasaje. Supongo que es una forma de ponerme en situación según el tren se acerca a destino.

No tengo nada de hambre pese a las horas que llevo en esta batidora gigante, pero se me ha levantado un buen dolor de cabeza. Creía que no llevaba aspirinas en el bolso, pero he tenido suerte y he encontrado una. Uno de los viajeros se da cuenta de que voy a tragarla y me ofrece su bota de vino para que la trasiegue. Rechazo la oferta argumentando que no es bueno mezclarla con alcohol. Ni idea de si es verdad, pero el paleto no insiste más.

Llegamos a la última parada. La mía. Me ayudan a bajar los escalones del vagón. Pregunto a otra señora de mi edad la dirección a la que voy. Tengo que repetírsela un par de veces antes de que la entienda. Pone una cara rara. Bueno, muy rara. Como si nunca esperase que le preguntasen por el Instituto Anatómico Forense. Se me ha caído una flor del ramo, ya un poco ajado, que llevo. La coloco de nuevo en su sitio. Busco la salida de la estación.

Y me voy.

15 de Noviembre de 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Free counter and web stats