domingo, 17 de octubre de 2010

Añademe (4)



Ahí están de cháchara dentro del coche. El imbécil de Roberto, con su bajo y su niña bonita. Hace rato que están parados. Seguro que tienen una bronca, pero cualquiera se acerca a preguntar nada con la mala leche que tiene el colega. Y no se le nota nada, al muy cabrito, hasta que salta como un demonio. Menudo regalito se lleva la niña ésta, ya se dará cuenta, ya.

Cierro las persianas de la casa para hacer ver que me retiro. Pero en realidad estoy haciendo tiempo a ver si se piran estos dos a armarla a otro lado y puedo salir sin que me vean. Todavía falta como hora y media, pero me gusta ir sobrado. Sin agobios. Tranquilito, como un señor.

Suena el teléfono fijo. Es raro que suene. No suelo cogerlo por si es una de esas llamadas. De las comerciales tan coñazo. En la pantallita veo que el número es el de la casa de la madre de Carmen. Espero un par de timbrazos más y lo cojo como si no supiera que es Carmen la que llama. Le contesto con monosílabos a todo. A veces es peor, porque entonces te pregunta el doble. Y lo que más me jode, que te vuelve a preguntar lo mismo otra vez. Como si tuviera Alzheimer. Pero lo que tiene es un mosqueo de cojones. Por lo de Berlín. Bueno, y por más cosas. Pero lo de Berlín es la puntilla, según ella. Que si la de golfas que tiene que haber por allá. Hasta dice que la comida es una mierda. Como si ella cocinara como Arzak, no te jode.

Miro por una rendija de la ventana mientras en el teléfono escucho a Carmen decir Jesús un montón de veces seguidas. Los tortolitos ya se han largado a seguir con la música en otra parte. Por fin.

Le interrumpo a Carmen. Le suelto que me voy a dormir. Que me caigo de sueño. Y cuelgo. Cojo las llaves del coche y salgo de casa. Si me doy un poco de prisa me sobrará una media horilla. Y aunque a Tere no le importa esperar, a mí me gusta ir sobrado. Como debe de ser.


17 de Octubre de 2010

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