viernes, 29 de octubre de 2010

Premisas para la Paz




Las aspas del helicóptero baten el aire. A mí me parece que lo hacen como locas. Y mi razón me dice que no, que llevan el ritmo adecuado para no caernos y matarnos todos de golpe. Porque ya se sabe que, morir, eso todos, pero espero que no esta tarde en la que yo me he salvado por poquito.

Todavía en vuelo hacia el helipuerto del hospital, pienso en lo que pensarán mis padres. En que antes de nada me preguntarán el por qué ha pasado lo que ha pasado. No se creerán que yo haya tenido un accidente así como así. Y tendré que contarles lo que ha pasado con Apolonia. Y claro, eso será lo peor de todo, porque se imaginarán que ha sido deliberado. El bofetón que me he dado contra el árbol me refiero. El tortazo que ha metido medio tronco dentro del coche y me ha dejado con medio cuerpo paralizado.

Los chicos y chicas de la asistencia me han sujetado por todos lados a una muy estrecha camilla antes de meterme en el heli. No dejan de hablarme. Creo que eso es porque piensan que estoy muy mal y no puedo dormirme porque por lo visto eso es muy chungo. Supongo. Pero el caso es que no me siento mal del todo. Bueno, si, tener un accidente no es plato de todos los gustos, pero la verdad es que esperaba encontrarme bastante peor. No sé por que, puesto que es el primer accidente gordo que tengo.

Vuelvo con lo de Apolonia. Seguramente la cosa viene desde hace bastantes meses, aunque ella diga unos días. La vi muy fría mientras me lo contaba. Esperaba, no sé que estuviera más … más cohibida. Sin embargo estaba casi exultante, decidida. Creo que es un pequeño truco psicológico que el tipo ese le habrá recomendado. Al fin y al cabo es terapeuta. Sería de tontos no meter baza.

El heli está llegando al hospital. Da una vuelta sobre él y desciende hacia la gran H pintada en un lado del parking. Nos quedan veinte metros para aterrizar cuando algo falla en el aparato. Al tiempo que se oye un ruido extraño, batiente, nos desplomamos sobre el suelo en un instante. Al Heli se lo traga el suelo, literalmente.

Espero un impacto tremendo, pero no siento nada, excepto las manos de Apolonia que empujan mi hombro derecho al tiempo que la oigo decir, ásperamente, que es la hora.


29 de Octubre de 2010

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