jueves, 28 de octubre de 2010

Rutina debajo del Agua



Os miro con la mirada limpia. Pero os odio profundamente. Delante de mí está la cola de todos los días. No pasan más de diez segundos antes de que me pregunten lo de siempre. Esta es la cola, señor agente, para el pasaporte. La mayoría omiten el señor, y el agente. Y muchos balbucean la pregunta de tal manera que les hago repetirla como si no hubiera entendido. Aunque sé perfectamente que es lo quieren saber. Lo sé incluso antes de que aparezcan por la esquina. Después de tantos años me los sé de memoria.

Noto la vibración del móvil en el bolsillo del pantalón. El sonido lo tengo quitado. Miro quién es en la pantalla. Mi hija. No lo cojo porque no me apetece hablarle delante de toda la cola. Luego en el descanso llamaré. Seguro que es alguna chorrada de la cría ésta. Bueno, una cría que ya tiene veintidós. Espero que no sea un marrón del tarado del noviete. Como la última vez. Por que como sea, paso de todo. Desde luego.

El jefe aparece a eso de las diez. No tiene pinta de jefe. Ni de jefe ni de nada. Me he fijado que nadie de la cola dice nada y eso que aparentemente se los cuela a todos. Y eso todos los días. Nadie se fija en él lo más mínimo. Un día lo comenté con los otros, y la mayoría decía que era buena cosa. Que todos teníamos que funcionar igual. Uno dijo que por eso mismo era el jefe. Todos nos reímos.

Empiezan a enfriárseme los pies. Los ligerísimos pasos que doy adelante y atrás, casi sin moverme físicamente del sitio, apenas impiden que acaben como cubitos de hielo. Con la rabia que me da, porque por lo demás, el curro no es penoso. Desde que quitaron la obligatoriedad de ponerse el chaleco antibalas, que eso sí que era un rollo. Todos acabábamos diciendo que casi era mejor estar cómodo, y si te pegaban un tiro pues mala suerte. Con la boca pequeña, claro. Nadie tenía huevos de quitárselo.

Aparece el nuevo por el pasillo y le lío para que me sustituya aunque todavía no es la hora. Me voy al comedor. Está desierto. Saco el móvil y llamo a mi hija. Comunica. Saco un café con leche de la máquina. Me lo tomo. Después del último sorbo vuelvo a llamar. Descuelgan pero nadie dice nada. Por dos veces repito su nombre. Antes de la tercera me quedo escuchando. Muy bajito, escucho a mi hija que parece hablar por teléfono con alguien. Está pidiendo una ambulancia y da la dirección de casa.

Salgo en tromba de la comisaría. Algunos de los de la cola tropiezan conmigo. Pero los odio igual.

28 de Octubre de 2010

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