lunes, 11 de octubre de 2010

Sonrisas y Palabras


“Vas a tomar esto que te pongo aquí. En este papel. Te sentará bien. Pero recuerda que lo importante es lo que hemos estado hablando”

Se me ocurre que todavía quiero añadir una cosa más. Decir lo mucho que odio esa frase que tan de moda parece estar: ‘es lo que hay’. La odio con toda mi alma. Es peor que la muerte, porque la muerte es el fin, pero después de escuchar ‘esto es lo que hay’, sigues vivo. Y, normalmente, jodido.

Pero no la digo. Roberto está ya levantándose para abrirme la puerta. Para que entre el siguiente tarado y salga yo. Ya sé que no le gusta que diga esta palabra, que para él, todos sin excepción lo estamos. Por eso no la digo. No digo nada. Sólo un leve gesto con la mano en la que llevo el papel que me ha dado. Papel que acaba en la primera papelera que veo en la calle.

He aparcado bastante lejos. A Roberto no le gusta que conduzca, aunque le demuestre que mis reflejos son perfectos. Teme que en un arrebato me estrelle contra cualquier cosa. No tiene narices de decírmelo claramente. Pero es bueno escuchando. Los coñazos que debe de aguantar este hombre. Y sin pestañear, que ahí está lo difícil. Tiene que jugar al poker de puta madre. Se lo tengo que preguntar.

Hay una pandilla de mocosos apoyados en mi coche. Una chica se ha sentado cómodamente en posición yoga sobre el capot. Me quedo mirándolos a distancia. Y me entra la duda. Si recorro los metros que faltan por llegar hasta el coche, mi indignación crecerá a cada paso. Las probabilidades de que ahuequen el ala en el momento que vean que el coche es mío, son grandes. Pero existe la posibilidad de que se hagan los remolones. Que se pongan bordes, vamos. Me acuerdo de lo que pasó hace un mes. Me doy la vuelta y me voy a la parada del metro.

Consigo sentarme en uno de los pocos bancos del andén. Saco del bolsillo la carta doblada por la mitad. En el buzón casi la confundo con las facturas y la propaganda. Mi nombre está escrito a mano con su letra. La miro con temor, pero no sé muy bien porque. Sin abrirla, sé que no hay nada nuevo. Roberto me diría que la tire sin abrir, o que la lea tranquilamente, seguro. Genial. En realidad no hay más opciones. Cara o cruz. De repente me acuerdo de lo que decía el chalado de Miguel cuando salía el tema. Que la moneda podía quedarse de canto. Que la probabilidad era pequeñísima, pero real. Y debía de tener razón, que para eso era el listo de la clase.

Miro la carta de nuevo. El remite es de una dirección de México en la ciudad de Cuernavaca. Me acuerdo de que allí transcurre la novela de Lowry. Bajo el volcán. Todo encaja mágicamente. He encontrado el canto. Miro el plano del metro buscando la línea del aeropuerto. Un minuto más tarde llega el convoy. En mi cabeza resuena la vieja obsesión.

Tomar la decisión correcta.

Subo al vagón. Dirección al aeropuerto.

11 de Octubre de 2010

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