miércoles, 27 de octubre de 2010

Miradas en la Oscuridad




Hoy son todo sonrisas. Empezaron ya hace como dos o tres días. Con palmaditas por todos lados. Comentarios guasones pero bien intencionados. Y cosas de ese estilo.

Esos últimos días deje de contarlos. Llevaba haciéndolo unos tres meses. Día a día. Tenía que saberlo para contestar a las preguntas. Todas las semanas no fallaban tres o cuatro. ¿Cuántos te quedan, Javier?.Y yo les contestaba con el número exacto, ni más ni menos. Podía haberles engañado, para divertirme. Pero me parecía un asunto serio. Era mi jubilación.

Lo cierto es que estaba nerviosillo. Se me pasó por la cabeza no aparecer por el trabajo. Que me iban a decir, por un día, ¿verdad? Pero no se me ocurrió nada mejor que hacer. Y mira que estuve un rato pensando, y nada. Un miércoles por la mañana, ¿qué se podía hacer?. Si hubiera sido un sábado podía haberme acercado al campo de futbol, a ver que pasaba por ahí. A ver si estaban entrenando los chavales. O ir al hiper y hacer la compra. Pero una mierda de miércoles, me vas a decir a mí, a ver qué haces. Ni para pasear estaba bueno. Llovía un poco. Total, que me preparé como siempre y fui.

En el vestuario me dijeron a ver si iba a hacer el huevo. Que me fuera para casa. Y un par de gilipolleces más. No les hice caso y me piré a mi puesto. Estaba como de costumbre. Igual que como lo dejé ayer, claro. Pero yo lo veía raro. Y no era porque Manuel , el chico que se quedaba en mi lugar estuviera ya por allí trajinando. Bueno, sí, era por eso. El sitio ya no era mío, era del nuevo. Sólo que hasta hoy mismo no quería admitirlo.

Manuel, al verme quiso cederme los trastos, pero me negué y me fui a buscar al encargado. Con él nos personamos en la oficina. Allí nos tiramos casi toda la mañana. Parecía que estábamos arreglando los papeles y cosas de esas, pero no tuve esa impresión, sino la de que el tiempo pasaba a toda velocidad. Rápido como ningún otro día de los últimos veintiocho años.

Recorrí todos los puestos de la empresa repartiendo pastas. Una vieja tradición. Todo el mundo cogía una aunque sé que a más de uno no le gustaban.

Ya era la hora de la salida. En cuestión de unos minutos todo habría acabado. Un agobio tremendo empezó a oprimirme el pecho. Pensé en que me daba un infarto, y que era muy mala suerte. Aquellos tipos riendo y palmeándome y yo muriéndome a la vez.

Sonó la sirena y nos fuimos todos a la calle. Los demás se fueron y yo me quedé.

Sólo.


27 de Octubre de 2010

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