miércoles, 13 de octubre de 2010

Realidad en el Congelador




Es un asunto complejo. Por eso te hemos llamado. Y porque eres el más barato también. Pero eso lo sabes tú mejor que nadie.

Le escucho, pero tengo la cabeza en otra parte. Marian lleva dos días, con lo que yo llamo ‘los síntomas’. Pero no son síntomas de cosas concretas. Simplemente que llevo más de diez años en el negocio. Y acabas oliendo las cosas antes de que las veas.

Vuelvo a mirar al trajeado. Subjefe de algún jefe, sin duda porque siempre envían a uno de confianza a estos tejemanejes. Debería escuchar bien, para saber que es lo que quieren con exactitud y no pifiarla. Imagino que más o menos es lo de siempre.

Nosotros vamos a proporcionarle todo lo que tenemos, a fin de que no pierda el tiempo inútilmente. Aquí tiene.

Me tiende un pendrive USB que tiene una pequeña etiqueta con un código escrito a mano. Letra de mujer. La secretaria del tipo, sin duda. Lo habrá puesto ahí para no tener que decírmelo en persona, y así no tener que verme, ni tener que saber nada de mí. Ni quien soy, ni como parezco ni nada. Una chica lista, si señor. Como Marian, la verdad.

Después de guardarme en el bolsillo el pendrive todo indica que es hora de largarse. Sin embargo, permanezco callado y en silencio. Se trata de una simple técnica. De interrogatorio. El tipo me aguanta la mirada unos segundos. Pero conoce el truco y sin añadir nada se acerca a la puerta y me la abre. Esta gente no es novata, no.

Tres minutos más tarde abro la puerta del coche. Entro en él, pero no me pongo en marcha. Saco el portátil de mi maletín. Lo enciendo. Le enchufo el pendrive. Estoy seguro de que alguien me está mirando como lo hago. Y por eso lo hago. Clickeo el código de acceso al pendrive. Se abren un montón de carpetas. Finjo estudiar con atención la pantalla. Mi atención en realidad está en otro programa que he abierto a la vez y que está hackeando el correo de Marian. Obtengo su contraseña, que no es una fecha ni un nombre ni nada de eso. Es una especie de nombre, inventado, supongo. Unos segundos después tengo abierta su bandeja de entrada. La contemplo absorto durante unos minutos. Pero no soy capaz de abrir ningún mensaje. Miro la hora que es en el reloj del salpicadero. Ya ha pasado suficiente tiempo. Ya he dado imagen de detective serio. Arranco el motor y me pongo en marcha.

Me dirijo a casa, sin pasar por la oficina. Al entrar me sorprende su silencio. Abro el armario y saco la bolsa que siempre tengo preparada para salir de viaje urgente. Pongo mi portátil encima de la mesita de noche, en el lado de Marian, después de quitarle el pendrive. La pantalla muestra todavía el listado de la bandeja de entrada de su correo. Un nombre se repite muchas veces. Muchas.

Cojo la bolsa de viaje y salgo . Me da la impresión de que la casa se queda aún más silenciosa.

13 de Octubre de 2010

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