viernes, 10 de septiembre de 2010

La vida a veces (1)


No quiero ningún papel danzando por ahí. ¿Me oyes, tú?



El cabrón del jefe nunca me llamaba por mi nombre. Cuando estaba contentillo llegaba, como mucho a un ‘artista’. Y, gracias. Hoy no era de esos días.



Y ya sabéis a que hora hemos quedado mañana. ¿ O hay alguno que no se ha enterado todavía…?



Un apagado coro de noes resuena por las paredes vacías del almacén. El jefe se gira y se va por la puerta del lateral sin despedirse. Lo habitual en él. Yo recojo los papeles de la mesa y me dirijo a una providencial trituradora de documentos que hay en una esquina. Antes de empezar a triturar, busco una bolsa de plástico donde meter las tiras de papel. En otra esquina encuentro una bastante grande que servirá.



¿Te vienes a tomar algo? Hemos quedado en la cafeta.



Hace siglos que no voy por la cafeta .Soltando un suspiro pequeño digo que si, que en cuanto acabe voy para allá. Me dicen que han quedado unos tres en ir, que el resto a su aire .Me dejan sólo y empiezo a triturar los documentos.



Diez minutos más tarde la bolsa está llena de tiras de papel de 2 milímetros de ancho. Con la bolsa a cuestas me dirijo a mi coche. Meto la bolsa en el maletero, arranco y me voy. A eso de unos cuatro kilómetros me meto por una salida que acaba en un camino forestal desierto. Aparco debajo de un árbol, saco la bolsa del maletero, y con ella a cuestas empiezo a andar por el camino. Cada pocos pasos cojo un puñado de tiras de papel de la bolsa, y las arrojo como si estuviera sembrando a voleo. Así hasta que se queda la bolsa vacía. Vuelvo sobre mis pasos hasta el coche. Arranco y me dirijo a la cafeta.



Mientras conduzco llamo a casa. Digo que llegaré tarde porque he tenido una avería con el coche y que ahora lo estamos llevando en la grúa. Cinco minutos después estoy aparcando muy cerca de la cafeta. Los chicos me esperan en una de las mesas del fondo. Las sillas son de esas curvilíneas de estilo viejísimo. Me encantan. Pido un cóctel tropical sin alcohol de nombre extraño. Los chicos están todos con cubatas.



Examino sus caras en silencio. Ninguno parece preocupado. Al contrario parecen más pendientes del culo de la camarera que me trae el cóctel. Normal, porque es prácticamente perfecto. Parece cómo si fuera en el sueldo. Saco un cigarrillo del paquete y la camarera me ofrece fuego con su mechero de gasofa. Cuando ella se va, los chicos silban admirados. Uno de ellos me pregunta si ya la conocía. Pero no me apetece seguirle la corriente. Tengo la cabeza en otra parte.



Antes de irnos le pregunto a la camarera si me puede pedir un taxi. Ella asiente con una sonrisa casi tan perfecta como su trasero. Me separo de los chicos en la puerta de la cafeta con un visible nerviosismo.



Y es que quedan menos de 12 horas para que demos el golpe.



8 de Septiembre 2010

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